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El Teatro De Artaud

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Por:   •  29/1/2014  •  1.975 Palavras (8 Páginas)  •  535 Visualizações

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• Introducción.

Antonin Artaud, en su obra, critica un teatro realizado de forma mecánica para proponer un teatro alquímico, capaz de causar una gran transformación tanto en el actor como en el público, para que este teatro ocurra, es necesario que el actor sea un actor alquímico, un atleta afectivo.

• El teatro y la cultura.

En el prefacio de El teatro y su doble, intitulado El teatro y la cultura, Artaud contrapone la cultura al hambre: ¿para qué sirve la cultura si las personas pasan hambre? Como ya dijo Heidegger, el arte no es un utensilio, el arte no “sirve” para nada. A Artaud tampoco le interesa la utilidad del arte, sino la búsqueda de ese Arte verdadero: Y hay un raro paralelismo entre el hundimiento generalizado de la vida, base de la desmoralización actual, y la preocupación por una cultura que nunca coincidió con la vida . Lo importante es extraer de la cultura aquello que se asemeja al hambre. La búsqueda de Artaud es siempre la de un arte visceral, vivo, vital, mágico. Este arte afecta a quien participa de él de forma física y causa una transformación –alquimia–, pues se puede considerar que si el arte manifiesta mundo, ya se trata de una transformación radical. Artaud piensa en el actor como el vehículo y sacerdote de la obra en el teatro, pero como dice él mismo, al mismo tiempo que deseamos la magia, le tenemos miedo.

Artaud piensa en una cultura activa, opuesta a ese sistema inerte que se llama cultura. “Un civilizado culto es para todos un hombre que conoce sistemas, y que piensa por medio de sistemas, de formas, de signos, de representaciones” . Artaud abomina lo que él llama cultura inerte, que es la cultura “construida” sobre el terreno sólido del fundamento, de la representación. Así como abomina ese teatro que encuentra certeza en la palabra, en el texto. Abomina esa idea falsa de certeza, que es la propia la modernidad establecida sobre conceptos científicos, donde lo que no es susceptible de representación no existe o es excepción.

Por otro lado la verdadera cultura actúa fuera del sistema, fuera del tiempo y espacio lineales: “Pueden quemar la biblioteca de Alejandría. Por encima y fuera de los papiros hay fuerzas; nos quitarán por algún tiempo la facultad de encontrar otra vez esas fuerzas, pero no suprimirán su energía. Y conviene que las facilidades demasiado grandes desaparezcan y que las formas caigan en el olvido; la cultura sin espacio ni tiempo, limitada sólo por nuestra capacidad nerviosa, reaparecerá con energía acrecentada” Y esa verdadera cultura se opone a ese arte de museo, “los dioses que duermen en los museos” . “A nuestra idea inerte y desinteresada del arte, una cultura auténtica opone su concepción mágica y violentamente egoísta, es decir interesada. Pues los mexicanos captan el Manas, las fuerzas que duermen en todas las formas, que no se liberan si contemplamos las formas como tales, pero que nacen a la vida si nos identificamos mágicamente con esas formas. Y ahí están los viejos tótems para apresurar la comunicación” .

Los viejos tótems de nuestra civilización deberían ser encarnados por los actores, sacerdotes modernos y profanos –pues no están vinculados a ningún dogma religioso–, que serían capaces de promover la comunicación con esas fuerzas mágicas, con aquello que reside más allá de la forma, más allá de la representación, una vez que accedieran al Manas. Ese manas es lo que hay más allá del abismo, es el propio laberinto donde se pierde la razón humana, lo que no es lineal, donde se encuentran todas las posibilidades, bastando que ese actor se atreva a ir hasta allí, traer los símbolos, las fuerzas que hacen parte de esta memoria universal del Hombre, dándoles vida más allá de la forma.

• Las sombras o el doble.

“El problema, tanto para el teatro como para la cultura, sigue siendo el de nombrar y dirigir sombras; y el teatro, que no se afirma en el lenguaje ni en las formas, destruye así las sombras falsas, pero prepara el camino a otro nacimiento de sombras, y a su alrededor se congrega el verdadero espectáculo de la vida”.

Las sombras en el teatro para Artaud son como el bosque de Heidegger, el teatro es la forma más explícita de la Obra en movimiento o del movimiento de la Obra. El teatro no se fija en la forma, ni perdura en el tiempo/espacio, de modo que crea otras relaciones tiempo/ espacio. Las sombras falsas serían lo que oscurece la visión, lo contrario a verla, creando la posibilidad del desvelar y del darse de la propia obra que es la manifestación de la propia vida, manifestación de mundo. El actor es parte de esa manifestación/obra. Deja de ser ese o aquel para ser Obra. Obra de arte vivo.

Esta noción de actor integrante e integrado a esa obra fue lo que impresionó a Artaud en su contacto con el teatro de Bali, que era un teatro donde existía toda una técnica artesanal componiendo la obra. Técnica y disciplina de los actores, que se colocaban como parte integrante de una obra, como colores y trazos en una pintura, pero al mismo tiempo manifestantes de esa propia obra, por ser cada uno de ellos un creador de su propio movimiento en ella.

Artaud pasa a partir de ese momento a fijar su búsqueda de un actor símbolo, movido por esa fuerza de la manifestación de la obra, opuesto al teatro corriente de la época, un teatro menor, proveniente de la observación e intento de imitación de la vida, donde el espectador queda reducido a la posición de voyeur, que observa la vida ajena, donde lo mágico no existe y las dimensiones son cotidianas. Lo mágico reside en ese manifestar mundo.

La sombra para Artaud es también lo que llama doble: “Toda efigie verdadera tiene su sombra que la dobla; y el arte decae a partir del momento en que el escultor cree liberar una especie de sombra, cuya existencia destruirá su propio reposo.” Es decir, junto aquello que se revela –la escultura–, surge aquello que se oculta –la sombra–, y la tensión entre una y otra es el origen de ese movimiento –arte–. La sombra, por ser velada, es inexplicable y fundamental para que suceda arte. Doble es la propia máscara invisible del actor, libre de maquillaje o caracterización, es lo que lo vuelve una figura mágica, un tótem moderno. Artaud dice que el teatro es el único arte cuyas sombras romperán con sus limitaciones. Porque en el teatro el material con el que se modela la obra está vivo –el actor– y se mueve. “Pero el teatro verdadero, ya que se mueve y utiliza instrumentos vivientes, continúa agitando sombras en las que siempre ha tropezado la vida. El actor que no repite dos veces el mismo gesto, pero que gesticula, se mueve, y por cierto, maltrata las formas, detrás

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